¿Cuánto influye la naturaleza en nuestra vida toda? ¿Cuánta influencia ejerce el clima en nuestro carácter, temperamento, aficiones y padecimientos? Vaya, de existir Dios, ¿cómo se manifiesta a través de su creación estelar, el hombre? Es decir, si acaso creemos en el relato estelar de la creación, “Génesis”, ¿de qué material fuimos creados, sacados de la nada para existir terrenalmente? Fuimos creados de la arcilla, del polvo, de la ceniza volcánica como el residuo de polvo de estrellas; somos hijos de la tierra, del barro. O bien, como decimos en esta parte del mundo, en América, fuimos creados por harina, por maíz…
Somos hijos del maíz. Así lo dice uno de nuestros libros sagrados (La Biblia para los mexicanos): el “Popol Vuh”. Todo viene del maíz y de la tortilla. Quilatzli, la germinadora, molió los huesos del padre Quetzalcóatl. De aquí venimos todos los americanos. Mundo cotidiano antiguo: las mujeres eran instruidas, en tiempos de los aztecas, bajo ciertos rituales: barrer, moler el maíz, hilar…
El sibarita Salvador Novo dejaría en su obra, “Cocina mexicana”, una descripción portentosa de la tortilla preparada a manera de ritual, en tiempos de los aztecas: “El maíz se había reblandecido toda la noche en un barreño, en el agua con tequesquitl. Ahora la mujer lo molería en el metatl. Bajaría con el metlapil las oleadas del nixtamal una y otra vez, hasta la tersura, mientras la leña chisporroteaba en el tecuil, bajo el comalli. Luego, con las pequeñas manos húmedas, cogería el testal para irlo engrandeciendo a palmadas rítmicas, adelgazando, redondeando, hasta la tortilla perfecta que acostar, como a un recién nacido, sobre el comalli, sostenido en alto en tres piedras rituales por el dios viejo del fuego”.
Pródiga en evocaciones y nostalgias que acaso ya no veremos jamás, la prosa de Novo habla de cómo la tortilla azteca se inflaría “como si hubiera cobrado vida”, como si quisiera “volar, ascender”, como si “Echécatl la hubiera insuflado”. Hecho este prodigio culinario, la tortilla ya luego se convertiría en comida ella misma, o bien en instrumento de cocina para llevar el alimento a la boca (cuchara); también se convierte en taco que almacena más comida, aunque puede ser una “gordita” que en su embarazo anuncia los placeres de la gastronomía.
La tortilla es, asimismo, un arma poderosa. Ahora a estas prácticas de guerra se les llama “bloqueo económico”, y Cuba ha sido el mejor ejemplo de ello. En 1427, cuentan los cronistas de Indias (específicamente Fray Diego Durán) que para sacudirse el yugo de Tezozómoc, los tenochas consolidaron la Confederación de Anáhuac; pero esta fue una guerra sui generis: en la derrota del pueblo de Coyohuacan a manos de los tenochas, la principal arma empleada fue… ¡la comida!
Lea usted, la insólita y apetitosa estrategia fue la siguiente: los aztecas de México sitiaron a Coyoacán y no dejaban transitar a nadie por sus alrededores, so pena de asesinarlos al menor asomo de cabeza. Mientras tanto, el rey en turno mandó cocinar a las puertas de la ciudad pilas de manjares como gusanillos colorados, patos, ranas y pescados, los cuales hacían “malparir a las mujeres de antojo de comer de aquello que asaban los mexicanos y descriaban a los niños, pidiendo de aquello que asaban… y a las mujeres se les hinchaban los rostros, las manos y los pies, de que adolecían muchos y morían con aquel deseo”. Estrategia de combate, la comida. Volveré al tema.