La idea del tono humano, podría resumirse en la elegancia del que sabe estar. También puede ejemplificarse cuando una nota musical no está en armonía con las demás: está fuera de tono. Una manera de verlo es contemplar la belleza en las personas y la armonía entre ellas.
Llega uno vestido de futbolista a un funeral e inmediatamente es señalado. Es ofensivo para el luto de los demás. Poco respetuoso con el difunto. Llega un tipo de traje oscuro a una cancha de fútbol… fuera de lugar. Se entiende la idea.
En el mundo de la educación el tono humano es la cereza del pastel, el broche de oro. De poco sirve hablar cinco idiomas, tener hábito de lectura, tocar un instrumento musical, ser deportista y buen amigo de los amigos si no se sabe comer en la mesa. Si no se sabe estar donde se está.
Pero la elegancia exige esfuerzo. El cuidar el vocabulario en el chat de mamás, por ejemplo, no es fácil siempre. Ceder el paso en el coche, o respetar el turno en una fila, es parte de la civilidad que sostiene al mundo. El quicio de esa civilidad es el sacrificio personal. El negarse a sí mismo algo.
Y este empeño por ser elegantes queda cada vez más lejos si no nos vemos a la cara. Si los hijos y sus padres salivamos como perros pablovianos a cada notificación de nuestro celular. Si en la mesa no se guarda el aparato y si en la conversación cara a cara no prevalece el que está enfrente sobre el que está en la pantalla. Si el chisme en el chat está más sabroso que la comida en el plato.
La solución a los excesos es el justo medio. No hay que inventar el hilo negro. Viene bien que estemos ahí, en la red. Viene mal enredarnos. No podemos dejar de dar el ejemplo como padres de familia, también en internet. El tono humano en la era digital, está en nuestras manos. Y eso, como todo, se hace con lo que más arrastra: el ejemplo.
La solución son cosas simples que pasan por adagios antiquísimos: no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti, por ejemplo. Por eso el celular no se usa en la mesa, ni cuando estás con una persona. Por eso no se usurpan cuentas digitales, ni en broma. Por eso no se propagan chismes ni se esparcen rumores, ni se presta el silencio a murmuraciones.
Es muy difícil. El riesgo de evasión por una ventana digital ante la conversación intrascendente es imponente. Pero también, cuando la conversación no importa es primordial que nos importe el que está hablando. Aún por encima de lo que dice.
La unidad de vida es la gran ancla del tono humano. Ser de una pieza. No tomarse pequeñas licencias para, por ejemplo, hablar de una forma con los amigos y de otra con la familia. Aunque sí. Es inevitable. Es el mundo y la cultura que habitamos. Sin embargo, hay que ir limando con esfuerzo y constancia las asperezas propias de nuestra persona para llevar las cosas -las digitales también- a más con nuestra presencia. No a menos.
JS