Va para ustedes, los que nunca han dejado de leerme.
La naturaleza se mueve a un tempo distinto del nuestro. No sé, a poner por caso: si nosotros vamos a un ritmo promedio de dos pasos por segundo-120 por minuto, el movimiento de los árboles y el agua de los ríos oscila entre el medio paso por segundo-50 por minuto. Hace poco lo vi con mis propios ojos: la gente tras de mí se movía con la presunta “naturalidad” con la que yo también lo hacía, pero las cascadas y las corrientes del agua llevaban otra especie de no-prisa que no se correspondía con el “orden” de las cosas. Justo donde el agua rompe con las rocas y se particuliza en caída libre hacia el manto grandísimo de agua, hay una pausa exageradamente marcada, casi irreal, que demuestra lo que le digo ahora. Y si no me cree, sinceramente no importa; no puedo seguir demostrándole cosas que usted toma por ficticias sólo porque las pongo entre líneas, sin entender que esto no es nada nuevo y que yo sólo lo materializo para acercárselo aquí, en bandeja de plata.
Hace algunos meses que escribo al aire, ya sin preocuparme si alguno me va a leer. Ahora escribo como registro de lo inexplicable y poco ordinario que es el mundo y su realidad tan diferente de la que nos hemos creado. Aunque, no le voy a mentir: me da un poco de pena que ya no les interese leerme a los otros; sin embargo, me consuela saber que se han quedado los que de verdad han querido. Adivine usté, sí, usté ahí sentado, ¿cuántas personas van a leerme hoy? No se preocupe, yo se lo digo: haciendo una aproximación realista, con suerte serán siete, los mismos siete que atesoro en mi corazón y por quienes escribo todos los viernes. Esos siete individuos han visto cómo estas letras se transforman en un puente, en una persona, en cuentos, en muertos resucitados y en montones y montones y mon-to-nes de preguntas. Ellos, que me leen ahora mismito, sabrán a partir de este segundo algo nuevo: el tema de la variación del tempo entre la naturaleza y los humanos, y se lo guardarán en su pensamiento para usarlo en una ocasión que quizá no llegue con los años. Lo que importa no es que me crean o no: donde uno leyó una cosa, lo más seguro es que otro haya leído la opuesta, y así otras cinco posibilidades en espera. Lo que importa es que me leyeron este viernes, justo como hace 3 años en un día como hoy.
Sí, mi gente: tres años. Han sido tres años tanto para usted como para mí, pues ¿existiría lo que escribo si usted no lo lee? ¿Habría tantos sentimientos de por medio si usted no los entiende? ¿Podríamos alcanzarnos así de fácil? No lo sé, y creo que saberlo no es importante, como tantas otras cosas que nos empeñamos en comprender. Hace tres años salió mi primer texto en esta revista y todo ha cambiado desde entonces: los temas, el estilo, la perspectiva, la técnica y el foco de importancia, así como las personas que siguen dándose el tiempo de sentarse un momento a disfrutar. Aquí no está hablando ninguna escritora consagrada, para eso (y con suerte) me faltan unos 50 años más.
Aquí siempre les ha hablado María, la misma María de 19 años que tenía toda la ilusión de publicar en una revista alguna que otra cosilla agradable o cuestionable en general. Y más que volver a recordar el trayecto, lo que quiero es agradecerles a ustedes, los siete invencibles y perseverantes. Los años no han hecho más que unirnos y crear una relación metafísica entre nosotros. A algunos de ustedes los conozco, a otros nunca los he visto, pero cada que me leen y les escribo es como si nos estuviéramos abrazando. Gracias a ustedes por todo, absolutamente todo. Al final, esto es sólo una excusa para acercarnos. Felices tres años de re-conocernos. Los amo.