Relato corto
Ojalá pudieras quedarte ahí, justo como estás. Como una foto. Esa es la gracia que tienen, ¿sabes? Congelar un instante para siempre y que te acompañe, que viaje contigo y vea desde su cartón inanimado todo lo que tus ojos ven. Por eso quisiera convertirte en una foto: para volver a verte como te veo ahora, para recordar lo que sentía. Para que viajes conmigo, yendo en un coche y no en coches separados.
No tienes idea que te escribo. Lo piensas, pero nada te lo asegura. De pronto me echas una mirada para comprobar tu idea, pero no consigues despejarla. Tampoco te invade la duda, entonces cada uno continuamos con nuestras cosas. Cierto es que podríamos hablar de los grandes temas en múltiples volúmenes y copas, pero hay situaciones que ahora mismo deben tener más importancia. Por eso te escribo, porque si te hablo lo pasaremos bien y se nos olvidará todo, absolutamente todo lo demás que, por lo menos hoy, no está de más priorizar. Pero, al final de cuentas, heme aquí, contando los segundos en letras. Este texto no será más que otra marca de tiempo, una que tal vez sólo entiendo yo.
Entonces, entre la concentración y el silencio, me gana el sueño. Y poco a poco me vuelvo espectadora de mi inconsciente. Pasa frente a mí la historia de un pequeño mago que no pudo despedirse de su padre por última vez; desde entonces, cada noche en su espectáculo reinventa su historia, convirtiéndose en holograma con la ayuda del público para poder abrazar a su papá a través de la pantalla. Se interrumpe el sueño.
Despierto. Respiro profundo y duermo de nuevo. Se entremezclan los recuerdos y de pronto estoy contigo en otro sitio fuera de este piso, un sitio en el que nunca hemos estado.
Yo sé que estoy soñando, pero tú no; crees que eres real y no un producto de mi imaginación, y te angustias porque no sabes dónde estamos. Yo te tranquilizo, te abrazo y te aseguro que todo va a estar bien, que pronto despertaremos, aunque en realidad la única que debe despertar soy yo. Pero, ¿y si despierto y te has ido? El hecho simple de pensarlo me sacude el suelo. Ahora tengo la certeza de que, aunque soñando, estamos los dos, estoy contigo, y deseo no despertar aún para estirar el momento.
Abro los ojos a la realidad después de unos minutos. Me encuentro mirando hacia el lado contrario de donde estarías tú, y me giro lentamente para comprobar que sigues ahí, trabajando. Pienso en el sueño, en que no me despedí, tan sólo desaparecí o bien te hice desaparecer, convirtiéndote en humo, en nube, en viento. Pero finalmente te miro ahí, en la misma posición de antes, y sonrío. Me miras de vuelta, también sonriendo, y me preguntas con qué he soñado. Yo no te respondo.
Me gusta creer que en verdad estuviste ahí, que realmente lo sabes y que sólo me preguntas para asegurar esa mirada de complicidad que a veces compartimos -¿Vamos?- me dices tomando mi brazo, y nos quedamos estáticos un momento, un silencio, un abrazo. Una foto.
LA AUTORA
Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.
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