Varios comentarios cosechó la columna pasada, donde hice un pálido elogio a la vida, la comida y la bebida. En honor a la verdad, pues sólo eso queda: practicar un hedonismo responsable. Escapar lo más posible a la mordedura del bacilo chino y vivir. Sólo eso: vivir. Aferrarse a la vida. ¿Algo para todo mal? Un buen mezcal. ¿Y para todo bien? También. Pero siempre un caballito de mezcal a la mano.
Qué le vamos hacer, así somos los mexicanos: pendencieros, con un sentido del humor macabro y cínico hacia todo lo que nos rodea, la muerte, las enfermedades, los problemas, los agobios cotidianos. Cuando lo anterior ocurre, ¿qué hacer? Beber un buen tequila, un buen mezcal. Para todo mal, mezcal ¿Y para todo bien que ha llegado? También. El mezcal, según el dicho mexicano, es la panacea completa y total para nuestras vidas. Así somos los mexicanos y creo nunca vamos a cambiar.
Si hay alimentos y bebidas que curan, hay alimentos que matan. Lo hemos visto a través de esta columna en su devenir del tiempo. Comenzamos. No pocas veces el mismo alimento es salvación y condena al mismo tiempo. ¿Contradicción? No, enfoque y línea de vida y tiempo nada más. Es decir, gustos, apetencias, filias y fobias al respecto. Al que le gusta el tepache lo alabará hasta el delirio; al que no, lo condenará al valle de los alimentos y bebidas repugnantes. Y cosa curiosa sucede, para tomar rápido un ejemplo y asidero en la Biblia. La manzana (el árbol del manzano tradicionalmente, aunque no se dice explícitamente; el famoso árbol del bien y del mal, árbol de la sabiduría) es al mismo tiempo condena (Génesis 3) que salvación (Cantar de los Cantares 3). El fruto en manos de Adán es pecado; en manos de Jesucristo es salvación. Y sí, es la misma manzana.
Nuestra vida gira entorno a la gastronomía, por ello de ciertas frases gozosas o dolorosas que nos explicamos sin explicar y nos mimetizamos en su simbología. Van algunas y entre paréntesis un breve comentario: “Eso no se le ocurre ni al que asó la manteca” (frase o símbolo proverbial de aquel hombre que se basa en su terquedad y discurre neciamente). “Gracias a fulanito, que fue el que nos trajo las gallinas” (expresión que da cuenta de aquel hombre que, gracias a su talento, trabajo y esfuerzo, logró el éxito en alguna empresa de gran enverga dura). “Ya llegó el que corta el bacalao” (se dice del hombre que, por sus aptitudes de guía, es esperado con gozo y ansia para marcar agenda, merced a su liderazgo inobjetable).
Nada es gratuito y nuestras frases culinarias nos reflejan de cuerpo entero, aportando eso llamado sabiduría popular, que de verdad nos hace crecer y se queda con nosotros para siempre. Y en este orden de ideas, la frase o enseñanza de tipo gastronómico, tan socorrida como la del mezcal, con la cual encabezamos este texto es la siguiente: “Haz como el huevo de Colón”. Pues sí, tiene que ver con aquel añoso episodio atribuido al navegante Cristóbal Colón, el cual tiene que ver con lo dificultoso, imposible de lograr, acción tremenda para acometer en una situación que se cree imposible de salvar. Pero la solución, usted lo sabe, es más sencilla de lo que parece: equilibrar el huevo en una de sus extremidades con sólo darle un pequeño golpecillo, pero sin romperlo. Ya está, equilibrado y zanjado el imposible problema. Es decir, “hacer como el huevo de Colón.”
Mucho en el tintero pero, sin duda, aquello de la Biblia sigue vigente: somos la sal de la tierra (Mateo 5:13). Hasta Jesucristo lo sabía y nos comparó gastronómicamente a la sal. Atáquese de sal, mezcal y limón, señor lector, la vida se puede acabar…