El 6 de agosto de 2006 un acontecimiento cambió la existencia de Janne Kouri. Tras jugar voleibol playero con un grupo de amigos, decidió refrescarse y corrió a lanzarse al mar. En el impacto, una fuerte ola de arena lo golpeó de lleno. El resultado fue desastroso: su médula espinal se fracturó, dejándolo, a partir de ese momento, paralizado del cuello para abajo.
«Mientras las olas me arrastraban y el agua me cubría, pensé que ese momento podría ser mi último aliento», cuenta Janne en una entrevista a la cadena de televisión ABC News. Gracias a Dios, los amigos y salvavidas lo sacaron y lo llevaron con urgencia al hospital. De camino, Susan se enteró de la noticia: «cuando llegué al hospital, me encontré con un médico que, mirándome a los ojos, me dijo que tenía que estar preparada para lo que él necesitase y que no debería abandonarlo… ¡nunca olvidaré eso!». Janne pasó dos meses en cuidado intensivo, en donde casi perdió la vida en dos ocasiones. Durante todo ese tiempo, le decía a Susan que no tenía por qué estar a su lado, que podía irse. Pero ella lo tenía muy claro: mientras su corazón siguiera latiendo, ella lo amaría. Y fue ese amor el que cambió todo.
Aunque se dio una cierta mejoría de su salud, los tratamientos contra la parálisis parecían no ir a ningún lugar. Susan viajó por todo Estados Unidos buscando soluciones en distintos centros de rehabilitación, pero sin resultado. Finalmente, se toparon con la doctora Susan Harkema en el Frazier Rehabilitation Institute en Kentucky. Con un tratamiento llamado en inglés loco-motor training, se ayuda a la médula espinal a volver a aprender a controlar funciones como caminar. Ahí fue donde encontraron un rayo de esperanza.
«El primer día que llegué, me pusieron en una cinta eléctrica –recuerda Janne– y a los siete segundos me desmayé. Algunos días después, logré estar ahí hasta quince minutos. Poco a poco empecé a fortalecerme: mi circulación, mi masa muscular y mi presión arterial mejoraron». ¿El primer momento emocionante? Cuando meneó uno de los dedos de los pies.
En medio de este camino de rehabilitación -y tras fundar un centro de rehabilitación para gente como Janne en su ciudad natal-, un año y medio después del accidente, Janne y Susan convirtieron su tragedia en un futuro prometedor: se casaron. En la fiesta sonó su canción preferida y que eligieron como himno de su boda: Better together. Para Janne fue uno de los días más emocionantes de su vida: «Susan es increíble. Ha renunciado dos veces a su trabajo, se ha sacrificado mucho para estar conmigo. La mayor parte de las relaciones en estas situaciones no siguen adelante, por lo que soy consciente de cuánto he sido bendecido. Sin ella, yo no habría llegado hasta aquí. Ha sido un camino difícil, pero maravilloso».
Tres años después de que el médico les dijese que Janne no podría volver a caminar, dio sus primeros pasos con una andadera. Y cinco años después, justamente cuando ABC News le estaba entrevistando, se dio otro avance: poder pararse sin ninguna ayuda. Una vez que lo logró, comentó en broma: «me había olvidado lo alto que era». Y sorprendiendo a todos, llamó a su mujer Susan y le dio una hermosísima sorpresa, con la complicidad de los médicos: la invitó a disfrutar ese baile de bodas que años atrás no había podido regalarle, con la misma canción que había sonado en aquellos momentos.
Dos personas, una determinación férrea, pero, sobre todo, un amor que no puede pararlo nadie, ni nada… ni siquiera una parálisis. Uno de esos amores que son los que valen la pena celebrar este 14 de febrero.