Año ingrato, infame el recién terminado 2020. El mundo se modificó completamente. Aún hoy, no tenemos certezas de que esto regrese a eso llamado “normalidad.” Hay más dudas que certezas. ¿Qué hacer entonces? Lo que usted tiene a la mano, señor lector: vivir, comer, disfrutar. Responsablemente. Pero, al final de cuentas, vivir lo más intensamente posible. Inicia año y el calendario está lleno de fiestas, ritos, ofrendas, ágapes y ceremonias de comida y bebida compartidas. Así es y así va a seguir siendo por siempre en este México nuestro. Con pandemia o sin ella.
Diciembre obligó a sentarnos a la tabla por varios motivos: en la intimidad, el rosario en honor a la Virgen de Guadalupe, la cena de Nochebuena y Navidades y, claro, la cereza del pastel: la llegada del Año nuevo. Desde la mesa humilde del trabajador que, año con año, suele cenar con los suyos un pollo asado; hasta la mesa del potentado quien, en un buen servicio ruso, ve pasar y se deleita con una caravana de platos formados en posición de tiempos, que esperan ser deglutidos con buen diente.
Creo que usted ya lo notó: hoy más que nunca lo importante es compartir. Sea un modesto plato de ensalada con una pechuga de pollo asada a un lado y con una Coca-Cola o café caliente, o bien esos deliciosos tamales preparados para la ocasión por las manos expertas de las dueñas de la casa, las mujeres de galanura sin igual, que les dan y otorgan un sabor especial tanto a los tamales como al atole recién hecho.
Coma y cene lo que usted decida en su casa, señor lector, a partir de hoy, como si fuese su última cena sobre la tierra. Pero no se olvide de compartir. No se olvide de multiplicar los panes para el más necesitado. Si usted es cristiano, católico u hombre y mujer de fe, el episodio de la multiplicación de los panes y los pescados, que protagonizó el maestro Jesucristo en Galilea (Evangelio de Marcos 6.34-44), nos invita a reflexionar y repetirlo todo el tiempo como nos sea posible. En aquellos bíblicos tiempos, en la provincia de Galilea y lo que ahora es todo Israel, la escasez, la precariedad, el hambre entre las multitudes campesinas y de pescadores de esas tierras eran cosa cotidiana, apenas y sobrevivían con lo mínimo. La tierra era escasa, clima hostil, impuestos desmedidos e injustos de los romanos eran la divisa. Fue cuando desembarcó Jesucristo y vio a esa numerosa “multitud que lo estaba esperando, y se compadeció de ellos”.
Luego de enseñarles en parábolas y anunciarles mejores días por venir, ya tarde, los discípulos le dijeron que despidiera a la gran muchedumbre porque no había suficientes bastimentos para darles de comer. A lo cual, el maestro Jesucristo dijo que sí, sí había y era suficiente con “cinco panes y dos pescados”. Con ello, alimentó a “cinco mil hombres”, dice la Biblia. Usted, señor lector, proceda igual: multiplique sus panes y pescado y carne asada y regale algo al necesitado que hoy, con la peste bíblica, tiene limitados sus bastimentos.
Dios con su poder, magia y galanura, se los reproducirá con bendiciones inesperadas, ni lo dude. A partir de hoy, dese gusto en todo, estimado lector. La cosa se modificó a tal grado, que ya todo es un lujo. Un lujo vivir, comer y disfrutar.