Hay plantas que curan, hay plantas que matan. Hay plantas que producen locura y ensoñaciones, hay hongos alucinógenos que llevan a producir la mejor obra de arte; hay hongos que matan, hay plantas que hacen embarazarse a las mujeres estériles, hay plantas que provocan el deseo sexual… Sí, de todo y para todos hay en este mundo nuestro. Una maravilla.
Afrodita es poderosa, tan poderosa que las bebidas con su nombre, se cree, tienen sus atributos. El divino Homero la señala en uno de sus cantos en “La Ilíada” como la responsable de poner tal cantidad de deseo en fieras, hombres y dioses, que hizo extraviar la razón al mismísimo Zeus. Nada menos. La idea de pócimas y bebidas “energizantes” o de plano, con propiedades afrodisíacas y lo mismo en alimentos, es un mito arraigado en todas las culturas. Lo hemos visto en textos pasados.
Tan afincado está, que hasta en la Biblia viene y se le deletrea en varias ocasiones. Va un rápido ejemplo: hay un hombre tramposo en los inicios de la Biblia, en el Génesis, llamado Jacob. La Biblia lo describe como ambicioso y voraz.
“Me ha suplantado dos veces, se apoderó de mi primogenitura, y he aquí ahora ha tomado mi bendición” (Génesis 27:36). Reniega el pobre de Esaú.
Pues bien, sin ahondar en la personalidad de Jacob, este tuvo varias mujeres, entre ellas a Raquel, la cual era de “lindo semblante y de hermoso parecer” (Génesis 29:17). Pues sí, era linda la muchacha, pero no podía tener hijos. ¿Cómo engendrar? Recurriendo a sustancias maravillosas, en este caso, Raquel no pidió, no, sino que exigió mandrágoras, las cuales fueron recogidas en el campo en el tiempo de la siega de los trigos. ¿Sabe qué pasó? Tuvo un hijo (Génesis 30:14-24). ¿Fue Dios o las mandrágoras?
Al azar, como llegan sus nombres a mi torpe materia gris, aquí le van varios autores de talla universal los cuales no pocas veces basan sus cuentos, poemas y novelas (o su vida misma) en este tipo de plantas, hierbas, pócimas, caldos, bebidas, alimentos que curan y alimentos que matan. Usted lo encontrará en la obra de Lewis Carroll, Jorge Luis Borges, Aldous Huxley, Sherlock Holmes, Jack Kerouac, Robert Schumann, Allen Ginsberg…
Usted lo sabe: el gran y alucinado compositor Robert Schumann observó que gracias al alcohol que empleaba, al igual que la cafeína y el tabaco fuerte, aumentaba e intensificaba las sensaciones auditivas en las que frecuentemente basaba sus composiciones. Jack Kerouac escribió en un periodo alucinante de 45 días su novela “En el camino”, mientras ingería dosis masivas de cafeína y alcohol; este moriría de alcoholismo y en la miseria. Hoy, es objeto de culto.
Allen Ginsberg escribió su célebre poema “Aullido”, atiborrado de alcohol, dexedrina y otros estimulantes. Uno de ellos, una planta alucinógena de México y América: el peyote. Cuenta la leyenda: Jorge Luis Borges escribió y alucinó “El Aleph”… comiendo hongos. María Kodama, la pareja del maestro, en una conferencia en España titulada “Jorge Luis Borges y la experiencia mística”, alimentó la fábula cuando en una ronda de preguntas luego de su ponencia dijo textualmente: “a Borges le gustaba comer pajaritos de monte…”
Y dichos pajaritos, señor lector, no son otra cosa sino hongos los cuales contienen sustancias alucinógenas y estimulantes que producen estados alterados, como la “psilocibina”. Tema apasionante. Pregúnteselo al genio de William Shakespeare.