Dejar ir, aunque sencillo de escribir y pronunciar, podría ser considerado la más grande muestra de afecto hacia sí mismo
No te vayas, insistí, pero él ya no decía nada. Su indiferencia me quemaba en lo más profundo, en cada uno de los recuerdos. Mi mano intentó alcanzar la suya en un afán desesperado de demostrar que no todo lo que sube baja, que no todo lo que empieza acaba. Que el tiempo y sus enigmas obran de manera distinta cuando dos personas se aman, deteniéndose a su favor; rompiendo las barreras del espacio y provocando ciclones, terremotos y desencadenamientos de las más bellas indecencias humanas. Sentí sus finos y perfectos dedos que tantas veces se fundieron con los míos y que los convertía en artistas, haciéndolos danzar sobre el piano de la plaza, del centro comercial, de la sala donde hace tiempo (no tanto como hubiese querido) compartimos un beso, el primero de muchos que jamás imaginé tendrían por qué terminar.
Tantos besos distribuidos sin orden establecido en las mañanas, en el trabajo, en las tardes, los cafés, las noches, noches, noches; noches donde nos conocíamos y desconocíamos de nuevo, una y otra vez hasta perder la cuenta, hasta volvernos uno mismo. Hasta encontrarnos, como siempre, en el alma del otro. -No te vayas-, insistí de nuevo, sin saber que nunca volvería a hacerlo; sin saber que todo había terminado. Sin saber que, cuando alguien decide, por voluntad propia, arrancar su presencia de tu vida; cuando uno sólo vive de los buenos recuerdos; cuando el corazón es expuesto y súbitamente rechazado, dejar ir no es guerra perdida, sino paz ganada.” Hace tiempo que no le escribía poesía, querido lector, y espero no sólo tener conmigo ya su atención, sino también su conciencia y sus sentimientos justo a flor de piel.
Podría asegurar que todos hemos estado en esa posición, ayudando a subir (quizás sin querer) las maletas en ese taxi, con los pedacitos de lo que alguna vez fue un corazón en la mano; así mismo, también hemos sido ese ser que se va (quizás sin razones válidas) y deja de compartir una bella existencia de dos. Es difícil, muy difícil soltar aquello que tanto tiempo produjo bienestar, calma, amor y vida; aquello que alguna vez se sentía eterno y que llega (quizás antes de tiempo, si es que uno se atreve a cuestionarlo) a su inevitable final. Sin embargo, como bien lo sabemos, todo pasa, todo cambia y todo mejora, aunque tendemos a olvidar la última y más importante parte de la oración.
Es preciso recordar que todos nos encontramos por voluntad propia (eso espero) en los lugares y las personas con las que nos encontramos ahora; es por eso que, cuando esa voluntad se termina por parte de alguien más y nosotros, en un afán de ayuda y rescate de lo que alguna vez fue (o quizás de nosotros mismos), nos esforzamos por hacer que se quede, es cuando lo ya estropeado se estropea todavía más. Dejar(se) ir, aunque sencillo de escribir y pronunciar, podría ser considerado la más grande muestra de afecto hacia sí mismo. Los demás pensarán que es uno quien retiene el vuelo de alguien que ansía marcharse; no obstante, querido lector, le dejo a su criterio la contraparte de la historia: ¿No será el aferrase a otras alas la razón por la cual uno piensa que no puede volar?